- La señorita Larsen era sólo una muchachita con amiguetes, chica de grupo, a la que le gustaba el peligro y los muchachos, y a quien también le gustaba gustar. Y nada le contaron. No le dieron nombres, ni señas ni planes. Nada.
En tono acusador, Picton dijo:
- ¿Y cómo lo sabe usted?
- Tuvimos una breve conversación con ella.
__ ¿Cuándo?
- Hace algún tiempo. Bastante tiempo. Una pequeña conversación en la que intentamos cerrar tratos, antes de devolverla a su ambiente. Ya sabe cómo funcionan esas cosas.
Picton, sin apartar su amarillenta mirada de Kurtz insinuó:
- Si, la conversación probablemente tuvo lugar cinco minutos antes de que la muchacha volara hecha trizas por los aires.
Pero la sonrisa de Kurtz siguió maravillosamente inalterable.
Kurtz suspiró y dijo:
- Ojalá las cosas fueran tan fáciles, comandante.
- Antes le he preguntado qué quería usted, señor Raphael.
- Pues nos gustaría poner a la muchacha en movimiento.
- Es lo que imaginaba.
- Nos gustaría que asustaran un poco a la muchacha, pero no que la detuvieran. Sí, quisiéramos que quedara lo suficientemente atemorizada que se sintiera obligada a volver a entrar en contacto con su gente, o que su gente entrara en contacto con ella. Nos gustaría que la chica actuara hasta el final de su trayecto. Es decir que se convirtiera en lo que nosotros llamamos un agente sin conciencia de serlo. Naturalmente, compartiríamos con ustedes los frutos conseguidos, y, cuando la operación haya terminado, ustedes podrán quedarse con la muchacha y con el prestigio.
Picton observó:
- La chica ya ha entrado en contacto. Esa gente se entrevistó con ella en Cornualles, y le entregó un ramo de orquídeas, ¿no es así?
- Comandante, según nuestra interpretación, esta entrevista sólo tuvo carácter exploratorio. Y mucho tememos que si no hacemos algo, este encuentro de nada nos servirá.
Picton con la voz henchida de maravillada ira, dijo:
- ¿Y cómo diablos lo sabe? Pues sí, yo mismo le voy a decir como se enteró. ¡Estaba usted con la oreja pegada al ojo de la cerradura! ¿Quién diablos imagina que soy, señor Raphael? ¿Un mico recién salido de la selva? Esta chica es de ustedes, señor Raphael. Les conozco muy bien a ustedes los israelitas, conozco a Misha, y comienzo a conocerle a usted.
El tono de la voz de Picton se había elevado de forma alarmante. Picton echó a andar más de prisa, adelantando a Kurtz, hasta que de esta manera consiguió apaciguar su arrebato. Luego, Picton se detuvo y esperó a que Kurtz le alcanzara. Picton dijo:
- En estos momentos estoy imaginando una bonita historia, señor Raphael, y me gustaría contársela. ¿Me lo permite?
Amablemente, Kurtz dijo:
- Será para mí un inmenso placer.
- Muchas gracias. Por lo general, el truco se hace utilizando un fiambre. Usted encuentra un buen cadáver, lo viste y lo arregla y se pone en un sitio en el que el enemigo pueda encontrarlo. Y el enemigo dice «¡Sopla! ¿Qué es esto? ¿Un cadáver con una cartera de hombre de negocios en la mano? Veamos qué lleva en la cartera.» Pues sí, miran y encuentran un mensaje. Entonces, el enemigo dice: «Oye, pues si llevaba un mensaje seguramente era un mensajero o un enlace, miremos lo que dice el mensaje y caigamos como bobos en la trampa.» Así lo hacen, y nos condecoran a todos. A esto, antes lo llamábamos «desinformación», y se hacía con la finalidad de dar falsas pistas al enemigo.
El sarcasmo de Picton era tan recio como su ira. Siguió:
- Pero esto es excesivamente sencillo para hombres como Misha y como usted. Y como que ustedes no son más que un atajo de fanáticos supereducados, se disponen a ir más lejos que esto. Y dicen: «No, nosotros no vamos a emplear fiambres, no, esto no es digno de nosotros. Nosotros vamos a utilizar carne viva, y, concretamente, carne árabe. Carne holandesa.» Y así lo hicieron. Volando un lindo automóvil Mercedes. Automóvil que era de ellos. Lo que no sé, y nunca sabré porque tanto usted como Misha se callarán, incluso en el lecho de muerte, es donde colocaron dicha desinformación. Pero me consta que la colocaron, y que ellos han picado, ya que de lo contrario no hubieran venido aquí con sus malditas orquídeas.
Meneando la cabeza en expresión de renuente admiración hacia la fantasía de Picton, Kurtz comenzó a avanzar para apartarse de Picton, pero éste, con el inefable olfato del policía, le mantuvo quieto, mediante un leve ademán. Dijo:
- Quiero que le diga una cosa a su maldito amo Misha Gavron. Si resulta que no me equivoco y que ustedes han reclutado a una persona de ciudadanía británica sin nuestro consentimiento, iré personalmente a su pequeño y repulsivo país y le atizaré una patada en los huevos al Misha Gavron en cuestión. ¿Me ha comprendido, ahora?
Pero de repente, y casi como si fuera en contra de su voluntad, la cara de Picton se relajó en una casi tierna sonrisa de rememoración, y preguntó:
- ¿Qué solía decir, el viejo sinvergüenza? Algo referente a tigres, me parece. Usted lo sabrá, sin duda.