Читаем La chica del tambor полностью

Hasta que llegó el día en que él anunció que debían abandonar temporalmente todo tipo de encuentro, a menos que se diera un caso de urgencia extrema. Parecía saber que estaba a punto de suceder algo, pero se negó a decirle qué era por miedo a que ella reaccionara mal. O no reaccionara. Estaría cerca, le dijo, recordándole la promesa que le había hecho en la casa de Atenas: cerca - aunque no presente-, día tras día. Y habiendo aumentado -quizá deliberadamente- su sentimiento de inseguridad casi hasta el punto de ruptura, la envió de regreso a la vida de aislamiento que había inventado para ella, pero esta vez con la muerte de su amante como tema obsesivo.

Ese piso que una vez había amado se transformó ahora, mediante su diligente descuido, en el desordenado santuario a la memoria de Michel, un lugar de quietud sucio, con aire de iglesia. Los libros y panfletos que él le había dado yacían boca abajo sobre el suelo y la mesa, abiertos en los pasajes importantes. Por la noche, cuando no podía dormir, se sentaba frente al escritorio con un cuaderno, en medio del desorden, y copiaba frases de sus cartas. Su intención era compilar una memoria secreta suya que lo mostraría a un mundo mejor como el Che Guevara árabe. Pensaba recurrir a un editor marginal que conocía: Cartas nocturnas de un palestino asesinado, en mal papel y con muchas erratas de imprenta. En estos preparativos había una cierta locura, como muy bien sabía Charlie cuando tomaba cierta distancia. Pero en otro sentido sabía que sin locura no había sanidad. O había el role o no había nada.

Sus excursiones al mundo exterior eran pocas, pero una noche -como para demostrarse más palmariamente su decisión de llevar a la batalla la bandera de Michel, si sólo conseguía encontrar el campo de batalla- fue a una reunión de camaradas en la habitación superior de una taberna de St. Pancras. Se sentó con los Muy Locos, la mayoría de los cuales estaba totalmente drogada para cuando llegaron allí. Pero se quedó hasta el final y se asustó a sí misma y a ellos con una furiosa perorata contra el sionismo en todas sus manifestaciones fascistas y genocidas, lo cual -para secreta diversión de otra parte de ella- provocó nerviosas quejas de los representantes de la izquierda radical judía.

En otras ocasiones, persiguió a Quilley hablándole de los papeles futuros. ¿Qué había pasado con la prueba cinematográfica? ¡Por el amor de Dios, Ned, necesito trabajo! Pero la verdad era que su amor por el escenario artificial iba desvaneciéndose. Se había comprometido -mientras durara y pese al aumento del peligro-con el teatro de lo real.

Entonces empezaron las advertencias, como el crujido de los aparejos que anuncia una tormenta en el mar.

La primera llegó por la vía del pobre Ned Quilley, una llamada telefónica mucho más temprana de lo que le era habitual, ostensiblemente para retribuir otra que ella le había hecho el día anterior. Pero supo en seguida que era algo que Marjorie le había ordenado hacer en cuanto entró en la oficina. Antes de que se olvidara o perdiera coraje o se pusiera a afilar la punta de los lápices. No, no tenía nada para ella, pero quería cancelar el almuerzo de ese día, dijo Quilley. No hay problema, contestó ella, tratando galantemente de ocultar su decepción, porque ese almuerzo era el gran almuerzo que habían planeado para celebrar el final de su gira y hablar sobre lo que haría después. Realmente, había estado esperándolo como un placer que podía decentemente permitirse.

- Pero si está muy bien -insistió, y esperó a que él le diera su excusa, pero en lugar de eso, él se fue al otro extremo e hizo un intento estúpido por ser rudo.

- Sencillamente, no me parece que sea el momento adecuado -dijo con arrogancia.

- Ned, ¿qué pasa? No estamos en cuaresma. ¿Qué te ha pasado?

Su frivolidad falsa, que tenía por objeto facilitarle las cosas, sólo sirvió para incitarle a mayores muestras de pomposidad.

- Charlie, no sé qué te ha pasado a ti -comenzó, hablando desde su Altar-. Yo fui joven una vez y no tan estrecho como pudieras pensar, pero si es verdad la mitad de lo que se ha sugerido, entonces no puedo evitar pensar que sería mejor, mucho mejor para ambas partes… -pero, siendo su adorable Ned, no pudo decidirse a dar el golpe final, de modo que dijo-: posponer nuestra cita hasta que hayas recuperado el raciocinio -punto en el cual, según el guión de Marjorie, hubiera tenido que cortar la comunicación, cosa que de hecho se arregló para hacer después de varios telones falsos y mucha ayuda de parte de Charlie.

Ella volvió a telefonear en seguida y consiguió a la señora Ellis, que era lo que quería.

- ¿Qué sucede, Pheeb? ¿Por qué de pronto tengo mal aliento?

- ¡Oh, Charlie! ¿Qué has estado haciendo? -dijo la señora Ellis, hablando muy bajo porque temía que el teléfono estuviera intervenido-. La policía estuvo aquí una mañana entera preguntando por ti, tres tipos, y no se nos permite decir nada.

- Bueno, jódelos -dijo valerosamente.

Перейти на страницу:

Похожие книги