Читаем La chica del tambor полностью

Ir a casa requirió más coraje del que poseía, más del que Joseph tenía derecho a esperar de ella, y durante todo el camino estuvo rogando que se le rompiera un tobillo o la atropellara un bus o sufriera otro de sus desmayos. Eran las siete de la tarde y el café atravesaba un momento de calma. El chef le sonrió brillantemente y su descarado amiguito la saludó, como de costumbre, agitando la mano como si ella fuera una tonta. Dentro del piso, en lugar de encender la luz, se sentó sobre la cama y dejó las cortinas abiertas, observando en el espejo cómo holgazaneaban los dos hombres por la acera de enfrente, sin hablarse y sin mirar nunca en su dirección. Las cartas de Michel todavía estaban bajo las tablas del suelo. También su pasaporte y lo que quedaba del fondo de combatiente. «Ahora tu pasaporte es un documento peligroso -le había advertido Joseph durante su sermón sobre su nuevo status después de la muerte de Michel-. No debería haber dejado que lo usaras para el viaje. Tu pasaporte debe quedar guardado, junto con los otros secretos.»

«Cindy», pensó Charlie.

Cindy era una huérfana georgiana que hacía el turno de tarde abajo. Su amante de la India occidental estaba en prisión por graves daños corporales y de vez en cuando Charlie le daba lecciones de guitarra gratis para ayudarla a pasar el tiempo,

«Cindy -escribió-. Aquí va un regalo de cumpleaños, para cuando sea tu cumpleaños. Llévalo a casa y practica hasta que estés medio muerta. Tienes el talento, así que no te des por vencida. Llévate también el estuche, aunque como una idiota he dejado la llave en casa de mamá. La traeré la próxima vez que venga. De todos modos, la música todavía no es para ti. Amor, Chas.»

El estuche era de su padre, un sólido chisme eduardiano con cerraduras y remiendos. Adentro puso las cartas de Michel, junto con su dinero, el pasaporte y mucha música. Lo llevó abajo con la guitarra.

- Esto es para Cindy -le dijo al chef, y él tuvo un ataque de risa y lo puso todo en el lavabo de señoras, con la aspiradora y los envases vacíos.

Volvió a subir, encendió la luz, corrió las cortinas y se puso todas sus galas porque era noche de Peckham y ni todos los polis de la tierra ni todos sus amantes muertos le impedirían hacer ensayar a sus chicos para la pantomima. Regresó a casa apenas pasadas las once. La calle estaba vacía; Cindy se había llevado el estuche y la guitarra. Telefoneó a Al porque, de pronto, necesitaba desesperadamente un hombre, No hubo respuesta. El bastardo está follando por ahí otra vez. Intentó, sin éxito, encontrar a un par de antiguos amigos. El sonido del teléfono le parecía peculiar, pero, teniendo en cuenta cómo se sentía, era posible que fueran sus oídos. A punto de acostarse, echó una última ojeada por la ventana y allí estaban sus dos guardianes, otra vez plantados en la acera.

Al día siguiente no sucedió nada, excepto que cuando llamó a Lucy, esperando de algún modo encontrar a Al allí, Lucy dijo que Al había desaparecido de la superficie terrestre, que había llamado a la policía, a los hospitales y a todo el mundo.

- Prueba con la Perrera de Battersea -le aconsejó Charlie. Pero cuando regresó a su piso, allí estaba el viejo y horrible Al en el teléfono, en estado de histeria alcohólica.

- Vente para aquí ahora mismo, mujer. No hables; limítate a venir ya.

Fue, sabiendo que era más de lo mismo, sabiendo que ya no había rincón de su vida que no estuviera ocupado por el peligro.

Al se había instalado en lo de Willy y Pauly, que después de todo no iban a separarse. Llegó y descubrió que había convocado a todo un club de admiradores. Robert había llevado a una novia nueva, una idiota con los labios pintados de blanco y el cabello color malva, llamada Samantha. Pero, como de costumbre, era Al quien dominaba la escena.

- ¡Y tú puedes decirme lo que quieras! -aullaba cuando ella entró-. ¡Es esto! ¡Es la guerra! ¡Oh, sí, lo es, y la guerra total, ya que estamos en eso!

Siguió gritando hasta que Charlie le gritó a él: que se callara y le contara lo que había pasado.

- ¿Lo que ha pasado, chica? ¿Lo que ha pasado? Lo que ha pasado es que la contrarrevolución ha disparado sus primeras salvas, eso es lo que ha pasado, y la diana era este maldito idiota.

- ¡Cuéntamelo en maldito inglés! -chilló Charlie, pero estuvo a punto de volverse loca antes de poder sacarle los hechos.

Al estaba saliendo de esta taberna, cuando esos tres gorilas cayeron sobre él, dijo. Uno o hasta dos y hubiera podido enfrentarlos, pero eran tres y tan duros como el maldito Peñón de Brighton, y trabajaron sobre él en equipo. Pero no fue hasta que le metieron en el coche policial, medio castrado, que comprendió que los cerdos le detenían basándose en un cargo de indecencia amañado.

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