Читаем La chica del tambor полностью

Y esta vez Charlie distinguió perfectamente la nota de nervioso orgullo en la risa de Helga. Estaba mostrándole Charlie a alguien…, alguien a quien respetaba mucho más que al chico italiano. Escuchó un paso y vio, exactamente debajo, colocada sobre la alfombra rojiza para que pudiera inspeccionarla, la puntera negra y muy lustrosa de un zapato masculino de alto precio. Escuchó una respiración y el chasquido de una lengua colocada contra los dientes superiores. El pie desapareció y sintió un movimiento del aire cuando el cuerpo cálidamente perfumado pasaba cerca de ella. Instintivamente se echó hacia atrás, pero Helga le ordenó que se estuviera quieta. Escuchó el chasquido de una cerilla y olió uno de los cigarros de Navidad de su padre. Sin embargo, Helga le estaba diciendo otra vez que se estuviera quieta, «completamente quieta, porque de otro modo serás castigada sin vacilación». Pero las amenazas de Helga eran meras intrusiones en los pensamientos de Charlie, mientras procuraba por todos los medios a su alcance definir al visitante invisible. Se imaginó como una especie de murciélago, enviando señales y escuchando cómo volvían hacia ella. Recordó los juegos a ciegas que solían jugar en las fiestas infantiles en vísperas del Día de todos los Santos. «Huele esto, siente aquello, adivina quién está besando tus labios de trece años.»

La oscuridad la estaba mareando. «Voy a caerme. Por suerte, estoy sentada.» El estaba frente a la mesa de vidrio, estudiando el contenido de su bolso, como había hecho Helga en Cornwall. Escuchó un jirón de música cuando él jugueteó con su pequeña radio-reloj, y un tintineo cuando la dejó a un lado. «Esta vez no hay trucos -había dicho Joseph-. Llevas tu modelo, sin sustitutos.» Le escuchó hojear su agenda mientras aspiraba el humo. «Va a preguntarme qué significa "fuera de juego" -pensó-. Ver a M…, encontrarme con M… amar a M… ¡ATENAS!…» No le preguntó nada. Escuchó un gruñido cuando se sentó con alivio en el sofá; escuchó el crujido de su pantalón sentado sobre un chintz con apresto. Un hombre rechoncho que usa una loción cara, zapatos hechos a mano y fuma un habano, se sienta con alivio en un sofá áspero. La oscuridad era hipnótica. Todavía tenía las manos cruzadas sobre el regazo, pero pertenecían a otra persona. Escuchó el chasquido de una banda de goma. Las cartas. «Nos enojaremos mucho si no traes las cartas. Cindy, acabas de pagar tus lecciones de música. Si hubieras sabido dónde iba cuando fui a verte. Si lo hubiera sabido yo…»

La oscuridad la enloquecía un poco. «Si me encarcelan, ya lo tengo… La claustrofobia es mi punto débil.» Estaba recitándose T. S. Elliot a sí misma, algo que había aprendido en la escuela el curso en que la expulsaron: sobre que el tiempo presente y el tiempo pasado están contenidos en el tiempo futuro. Sobre que todo el tiempo era eternamente presente. No lo había comprendido entonces y no lo comprendía ahora. «Gracias a Dios que no acepté a Whisper», pensó. Whisper era un ruinoso perro negro que vivía en la acera de enfrente de su casa, y cuyos dueños se iban al extranjero. Se imaginó a Whisper sentado junto a ella ahora, con gafas negras él también.

- Usted nos dice la verdad y no la matamos -dijo suavemente una voz de hombre.

¡Era Michel! Casi. ¡Michel está casi vivo otra vez! Era el acento de Michel, la belleza de cadencia de Michel, el tono rico y adormecedor de Michel, sacado de la parte de atrás de la garganta.

- Nos dice todo lo que les dijo, lo que ya haya hecho para ellos, cuánto le pagan y está bien. Comprendemos. Dejamos que se vaya.

- Mantén la cabeza quieta -barboto Helga desde detrás de ella.

- No creemos que lo haya traicionado por traicionarlo, ¿entiende? Estaba asustada, se metió demasiado, así que ahora está con ellos. Bueno, es natural. No somos inhumanos. La sacamos de aquí, la dejamos en las afueras de la ciudad, usted les dice todo lo que le ha pasado aquí. Sigue sin importarnos, siempre y cuando salga limpia.

Suspiró como si la vida estuviera transformándose en una carga para él.

- Tal vez se crea usted una dependencia con algún policía guapo, ¿eh? Le hace un favor. Entendemos esas cosas. Somos gente comprometida, pero no psicópatas. ¿Si?

Helga estaba molesta.

- ¿Lo comprendes, Charlie? ¡Contesta o serás castigada! No contestar era una cuestión de honor.

- ¿Cuándo recurrió a ellos por primera vez? Dígamelo. ¿Después de Nottingham? ¿De York? No importa. Recurrió a ellos, estamos de acuerdo. Se asustó y corrió a la policía. «Ese chico árabe está tratando de alistarme como terrorista. Sálvenme, haré lo que me digan.» ¿Es así como pasó? Escuche: cuando vuelva a ellos sigue sin haber problema. Les dice que es una heroína. Le daremos alguna información que puede transmitirles; la hará sentirse bien. Somos buena gente. Gente razonable. Bueno: vamos al grano. No tonteemos. Es usted una linda damita, pero no entiende nada. Vamos.

Перейти на страницу:

Похожие книги