Le dio su pasaporte y él se zambulló en la multitud, abriendo los brazos para que ella pudiera seguirle. Ahí quedaba Helga. Ahí quedaba Mercedes. Danny había desaparecido, pero un momento después reapareció con aspecto orgulloso, llevando en una mano una tarjeta de desembarco blanca y en la otra a un hombre corpulento, de aspecto oficial, que llevaba un abrigo de cuero negro.
- Amigos -explicó Danny con una gran sonrisa patriótica-. Todos amigos de Palestina.
En cierta forma, ella lo dudaba, pero, enfrentada con su entusiasmo, era demasiado cortés como para decirlo. El hombre corpulento la examinó gravemente, después estudió el pasaporte, que pasó a Danny. Finalmente, estudió la tarjeta blanca, que se colocó en el bolsillo superior.
- Willkonzmeuz -dijo, con un rápido movimiento diagonal de la cabeza, que era una invitación a darse prisa.
Cuando estalló la pelea, estaban en las puertas. Comenzó de manera insignificante, como algo que un funcionario uniformado había dicho a un viajero de aspecto próspero. De pronto, ambos estaban gritando v agitando los puños muy cerca de la cara del otro. Segundos después, cada hombre tenía sus seguidores, cuando Danny le mostraba el camino hacia el aparcamiento, un grupo de soldados con boinas verdes se encaminaba dificultosamente hacia la escena, preparando las metralletas por el camino.
- Sirios -explicó Danny, y sonrió filosóficamente, como para decirle que cada país tenía sus sirios.
El coche era un viejo Peugeot azul que hedía a humo de tabaco y estaba aparcado junto a un puesto de café. Danny abrió la puerta trasera y sacudió los cojines con la mano. Cuando ella entró, un chico se deslizó a su lado, desde el costado opuesto. Cuando Danny puso en marcha el coche, apareció otro chico que se acomodó en el asiento del acompañante. Estaba demasiado oscuro como para que pudiera ver sus rasgos, pero veía claramente las metralletas. Eran tan jóvenes, que por un momento le resultó difícil creer que las armas fueran reales. El chico que estaba a su lado le ofreció un cigarrillo y quedó triste cuando Charlie declinó la invitación.
- ¿Habla español? -preguntó él con la mayor cortesía, buscando un alternativa.
Charlie no hablaba español.
- Entonces perdonará mi inglés. Si hablara español, podría hablar perfectamente.
- Pero si su inglés es estupendo.
- Eso no es verdad -replicó él reprobadoramente, como si ya hubiera descubierto una perfidia occidental, y cayó en un silencio preocupado.
Detrás de ellos, sonaron dos disparos, pero nadie reparó en ello. Estaban aproximándose a un recinto rodeado de sacos de arena. Danny detuvo el coche. Un centinela uniformado la miró y después los dejó pasar agitando su metralleta.
- ¿El también era sirio? -preguntó.
- Libanés -dijo Danny, y suspiró.
De todos modos, ella sentía su excitación. La sentía en todos ellos: una agudeza, una rapidez de la mirada y el pensamiento. La calle era en parte campo de batalla, en parte lugar edificado. Las farolas de la calle, al menos las que funcionaban, se lo mostraban por retazos apresurados. Los tocones de árboles quemados recordaban a una bonita avenida. La buganvilla había comenzado a tapar las ruinas. Por todos lados había coches quemados, salpicados de agujeros de bala. Pasaron junto a chabolas iluminadas, con tiendas chillonas dentro, y altas siluetas de edificios bombardeados que parecían despeñaderos de montaña. Pasaron junto a una casa tan perforada por las bombas que parecía un gigantesco queso que se balanceaba contra el cielo pálido. Un poco de luna, que saltaba de un agujero al otro, les seguía los pasos. En ocasiones aparecía un edificio flamante, construido a medias, iluminado a medias, habitado a medias: el juego de un especulador, con vigas rojas y vidrio negro.
- En Praga estuve dos años. En La Habana, Cuba, tres. ¿Ha estado en Cuba?
El chico que estaba a su lado parecía haberse recuperado de su decepción.
- No he estado en Cuba -confesó ella.
- Ahora soy intérprete oficial, español-árabe.
- Fantástico -dijo Charlie-. Le felicito.
- ¿Interpreto para usted, señorita Palme?
- En cualquier momento -dijo Charlie, y hubo muchas risas. Después de todo, la mujer occidental estaba rehabilitada.