Esta vez el hogar era una casita cerca de Sidón, con una galería de hormigón que había quedado partida en dos por un buque de guerra israelí, dejando oxidadas barras de hierro en el aire, como las antenas de un insecto gigante. El jardín trasero era un huerto de mandarinas en el que un viejo ganso picoteaba la fruta caída. El frente era un vertedero de lodo y metal que durante la última invasión había sido un emplazamiento famoso. En el prado adyacente un coche blindado en ruinas era compartido por una familia de pollos amarillos y una spaniel refugiada con cuatro gordos cachorros. Más allá del coche blindado estaba el cristiano mar de Sidón, con su fortaleza de cruzados surgiendo de la orilla como un perfecto castillo de arena. De la reserva de chicos aparentemente interminable que tenía Taveh, Charlie había adquirido otros dos: Kareem y Yasir. Kareem era regordete un tanto payaso y fingía contemplar su metralleta como un peso muerto, bufando y gesticulando cada vez que se veía obligado a colgársela del hombro. Pero cuando ella le sonrió, comprensiva, el se turbó y se apresuró a alejarse para reunirse con Yasir. Su ambición era llegar a ser ingeniero. Tema diecinueve años y hacia seis que luchaba. Hablaba inglés en un susurro y colocaba un «solía» en casi todos los verbos.
- Cuando Palestina suela acostumbrarse a ser libre, estudio en Jerusalén -dijo Kareem-. Mientras tanto -agitó la mano y suspiró ante la espantosa perspectiva-, tal vez Leningrado, tal vez Detroit.
Sí, aceptó cortésmente Kareem, solía tener un hermano y una hermana, pero ésta había muerto en un ataque aéreo sionista al campo de Nabativeh. Su hermano había sido trasladado al campo de Rashideveh y tres días después había muerto en un bombardeo naval. Describió esas perdidas con modestia, como si no significaran mucho dentro de la tragedia general.
- Palestina suele ser un gatito -le dijo misteriosamente a Charlie una mañana, mientras ella esperaba con paciencia frente a la ventana de su dormitorio vestida con un camisón blanco y él mantenía preparada su metralleta-. Necesita muchas caricias o suele volverse salvaje.
Había visto en la calle a un hombre de mal aspecto, explicó, y había subido para ver si debía matarlo.
Pero Yasir, con su ceño de bóxer y la mirada ardiente y furiosa, no podía hablarle. Usaba una camisa roja a cuadros y un acollador negro sobre el hombro para denotar Inteligencia Militar, y cuando caía la oscuridad se quedaba en el jardín, vigilando el mar en busca de aviones sionistas. Era un gran comunista, explicó comprensivamente Kareem, e iba a destruir el colonialismo en todas partes del mundo. Yasir odiaba a los occidentales, aun cuando afirmaran amar a Palestina, dijo Kareern. Su madre y toda su familia habían muerto en Tal-al- Zataar.
- ¿De qué? -preguntó Charlie.
- De sed -dijo Kareem, y le explicó un pequeño capítulo de historia moderna: Tal al- Zataar, la colina del tomillo, era un campo de refugiados en Beirut. Chozas con tejados de lata; a menudo, once personas en una sola habitación. Treinta mil palestinos y pobres libaneses resistieron allí diecisiete meses un bombardeo persistente.
- ¿De quiénes? -preguntó Charlie.
Kareem quedó desconcertado con su pregunta.
- De los Katib -dijo como si fuera obvio-. De fascistas maronitas ayudados por sirios e indudablemente también por sionistas. Murieron miles, pero nadie sabía cuántos -continuo-, porque quedaban muy pocos para extrañarlos. Cuando llegaron los atacantes, mataron a la mayor parte de los supervivientes. También colocaron en fila a las enfermeras y a los médicos y los mataron, lo que era lógico porque no tenían medicinas, ni agua ni pacientes.
- ¿Tú estabas allí? -preguntó Charlie.
- No -contestó él-, pero Yasir sí.
- En el futuro, no tome baños de sol -le dijo Tayeh cuando llegó la tarde siguiente a buscarla-. Esto no es la Riviera.
No volvió a ver a los chicos. Estaba entrando gradualmente en esa condición que le había predicho Joseph. Estaba siendo educada en la tragedia, y la tragedia la absolvía de la necesidad de explicarse. Era un jinete cegado, que era conducido a través de hechos emociones demasiado grandes para ser abarcados y dentro de una tierra donde el simple estar presente era ser parte de una injusticia monstruosa. Se había reunido con las víctimas y estaba finalmente reconciliada con su engaño. A medida que pasaban los días, la ficción de su supuesta lealtad hacia Michel estaba cada vez más firmemente basada en los hechos, mientras que su lealtad a Joseph, si bien no era una ficción, sobrevivía sólo cumo una marca secreta en su alma.
- Pronto todos estaremos muertos -le dijo Kareem, repitiendo a Tayeh-. Los sionistas nos perseguirán hasta la muerte, ya lo verá.