Читаем La chica del tambor полностью

La iluminación del lugar era brillante; ella dirigió inmediatamente los ojos hacia la televisión y se encontró de pronto contemplando las facciones alteradas, histriónicas, del alemán bajo y de rostro de comadreja, al que había visto menos de una hora antes junto a Marty. Se encontraba a un lado del coche policial. Detrás de él, alcanzaba a ver un trozo de pavimento y la puerta lateral de la sala de conferencias, rodeada por una cerca de cinta fluorescente. Automóviles de la policía, de los bomberos y ambulancias entraban y salían con gran bullicio del área acordonada. «El terror es teatro», pensó. El fondo fue remplazado por la imagen de unos encerados verdes, destinados a mantener a raya la tormenta, mientras la búsqueda proseguía. El Jalil aumentó el sonido, y ella oyó las sirenas de las ambulancias detrás de la voz tersa y bien modulada de Alexis.

- Qué dice? -preguntó.

- Es quien dirige la investigación. Espera. Te lo diré.

Alexis se esfumó y fue remplazado por una imagen de estudio de Oberhaus ileso.

- Ese es el idiota que me abrió la puerta -dijo ella.

El Jalil alzó la mano para indicarle que guardara silencio. Ella escuchó y entendió, con una curiosidad objetiva, que Oberhauser estaba dando una descripción de su persona. Captó «Süd Afrika» y una referencia al cabello castaño; vio cómo, con un gesto, aludía a sus gafas; la cámara mostró un dedo tembloroso que señalaba unas similares a las que Tayeh le había proporcionado.

Después de la descripción de Oberhauser, vino la primera imagen probable que del sospechoso podía facilitar nuestro artista, una imagen que no se parecía a la de nadie en el mundo, excepto, quizás, a la de un antiguo anuncio de un líquido laxante que había sido ampliamente difundido en las estaciones ferroviarias diez años atrás. A continuación, uno de los agentes de policía que habían conversado con ella agregó su propia vergonzosa descripción.

Apagando el aparato, El Jalil volvió a pararse ante ella.

- ¿Me permites? -preguntó con timidez.

Cogió el bolso de la muchacha y lo puso al otro lado, a fin de poder sentarse. ¿Zumbaba? ¿Emitía alguna señal:? ¿Era un micrófono? ¿Para qué demonios servía?

El Jalil se expresó con precisión: un médico muy experimentado ofrece su diagnóstico.

- Corres cierto riesgo -dijo-. Oberhauser te recuerda, y también te recuerdan su esposa, el policía y varias personas del hotel. Tu peso, tu figura, el hecho de que hables inglés, tu talento de actriz. Lamentablemente, hay también una mujer inglesa que alcanzó a oír parte de tu conversación con Minkel y cree que no tienes nada de sudafricana, que eres inglesa. Tu descripción ha sido enviada a Londres, y sabemos que los ingleses ya te tienen en mal concepto. Esta región está en máxima alerta, las carreteras interceptadas, se pide la documentación, todo el mundo ha empezado a desconfiar. Pero no te preocupes. -Le cogió la mano y se la sostuvo con firmeza-. Te protegeré con mi vida. Esta noche estaremos a salvo. Mañana te habremos introducido clandestinamente en Berlín y te enviaremos a casa.

- A casa -dijo ella.

- Eres una de nosotros. Eres nuestra hermana. Fatmeh dice que eres nuestra hermana. No tienes un hogar, pero formas parte de una gran familia. Podemos proporcionarte una nueva identidad, o puedes ir donde Fatmeh, vivir con ella durante todo el tiempo que lo desees. Aunque nunca vuelvas a combatir, cuidaremos de ti. ¡Por Michel! Por lo que has hecho por nosotros.

Su lealtad era horrorosa. La mano de ella permanecía aún en la de él, en contacto con su fuerza y su seguridad. Los ojos del hombre brillaban con un orgullo posesivo. La muchacha se puso de pie y salió de la habitación, llevándose su bolso de mano.

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