En vez de responder, él alargó su mano buena y, con un gesto imperativo, le cerró los labios con un ligero pellizco. Luego se fue incorporando cautelosamente sobre el codo. Ella también se puso a escuchar. El ruido de una ave acuática al elevarse desde el lago. El chillido de las ocas. El canto de un gallo, el repique de una campana. Escorzado por el campo cubierto de nieve. Ella percibió que el colchón se elevaba a su lado.
- No hay vacas -dijo él desde la ventana.
Estaba de pie a un lado de la ventana, aún desnudo, pero con la pistola cogida por la correa encima del hombro. Y, por un segundo, en el punto culminante de su tensión, ella imaginó la imagen espectacular de Joseph parado frente a El Jalil, iluminado al rojo por la estufa eléctrica, separado de él por sólo la delgada cortina.
- ¿Qué ves? -susurró finalmente, incapaz de seguir soportando la tensión.
- No hay vacas. Y no hay pescadores. Y no hay bicicletas. Veo demasiado poco.
Su voz estaba llena de acción contenida. Las ropas estaban junto a la cama, donde ella las había arrojado en su frenesí. Se puso los pantalones oscuros y la camisa blanca, y se ciñó la pistola en su lugar, debajo de la axila.
- No hay coches, ni luces en movimiento -dijo sin alterarse-. Ni un obrero camino de su trabajo. Y no hay vacas.
- Las habrán llevado a ordeñar.
El negó con la cabeza.
- No se ordeña durante dos horas.
- Es la nieve. Las tienen dentro.
Algo en la voz de ella llamó su atención; la actividad había aguzado su conciencia.
- ¿Por qué buscas excusas?
- No es eso. Sólo trato…
- ¿Por qué buscas justificaciones para la ausencia de toda vida alrededor de esta casa?
- Para disipar tus temores. Para consolarte.
Una idea cobraba cuerpo en él…, una idea terrible. Podía leer en el rostro de ella, y en su desnudez; y ella, a su vez, alcanzaba a percibir sus sospechas.
- ¿Por qué quieres disipar mis temores? ¿Por qué estás más asustada por mí que por ti?
- No lo estoy.
- Eres una mujer buscada. ¿Por qué eres tan generosa como para amarme? ¿Por qué hablas de consolarme, y no de tu propia seguridad? ¿Qué culpa tienes en el alma?
- Ninguna. No me gustó matar a Minkel. Quiero salir de todo esto. ¿El Jalil?
- ¿Tiene razón Tayeh? ¿Murió por ti mi hermano, después de todo? Respóndeme - insistió, muy serenamente-. Quiero una respuesta.
Todo el cuerpo de la mujer imploraba perdón. El calor en su rostro era terrible. Ardería para siempre.
- El Jalil…, vuelve a la cama -susurró-. Hazme el amor. Regresa.
¿Por qué estaba él tan sereno si habían rodeado completamente la casa? ¿Cómo podía mirarla así, mientras el círculo se cerraba a su alrededor cada segundo?
- ¿Qué hora es, por favor? -preguntó, sin dejar de mirarla-. ¿Charlie?
- Las cinco y media. ¿Qué importa eso?
- ¿Dónde está tu reloj? Tu pequeño reloj. Quiero saber la hora, por favor.
- No lo sé. En el cuarto de baño.
- Quédate donde estás, por favor. De otro modo, es probable que te mate. Veremos.
Fue a buscarlo y se lo tendió sobre la cama.
- Ten la amabilidad de abrirlo para mí -dijo, y la observó mientras ella luchaba con el broche.
- ¿Qué hora es, por favor, Charlie? -volvió a preguntar, con una terrible ligereza-. Ten la amabilidad de decirme, en tu reloj, qué hora del día es.
- Las seis menos diez. Más tarde de lo que yo creía.
Se lo arrebató y miró la esfera. Digital, veinticuatro horas. Conectó la radio y ésta dejó oír un gemido musical antes de que volviera a apagarla. Lo acercó al oído y luego lo sopesó en la mano.
- Desde anoche, cuando te separaste de mí, no tuviste mucho tiempo para ti misma, me parece. ¿Es así? Ninguno, en realidad.
- Ninguno.
- ¿Y entonces cómo hiciste para comprar pilas nuevas para este reloj?
- No las compré.
- ¿Y cómo es que funciona?
- No necesita… No estaban agotadas… Funciona durante un año con las mismas pilas… Son especiales…, de larga vida…
Ella había llegado al final de su intervención. Completa y definitivamente, aquí y para siempre, porque acababa de recordar el momento en que, en la cumbre de la colina, él la había hecho detenerse junto a la furgoneta de Coca-cola para registrarla; y el momento en que él había dejado caer las pilas en su bolsillo, antes de devolver el reloj a la mochila y arrojarla en el interior del vehículo.
El había perdido todo interés por ella. El reloj acaparaba su atención por entero.
- Dame esa impresionante radio que hay junto a la cama, por favor, Charlie. Haremos un pequeño experimento. Un interesante experimento tecnológico relacionado con la radio de alta frecuencia.