– Me temo que ahora mismo no tengo tiempo para hablar, Ronnie -dijo Big Jim, sin apartar la mirada del trío que permanecía sentado en los escalones del ayuntamiento. Los Tres Puñeteros Chiflados-. Tal vez mañana…
– Soy Richie, señor Rennie. Ronnie es mi hermano.
– Ah, Richie, claro. Ahora, si me disculpas… -Big Jim siguió caminando.
Andy cogió el mensaje que les había llevado el muchacho y alcanzó a Rennie antes de que este llegara hasta el lugar donde se encontraba el trío.
– Deberías echar un vistazo a esto.
Lo primero que vio Big Jim fue el semblante de preocupación de Andy, más crispado e inquieto que nunca. Entonces cogió la nota.
James:
Debo verte esta
Reverendo Lester Coggins
No Les; ni tan siquiera Lester. No.
El chico estaba frente a la librería; con su camiseta raída y los vaqueros caídos y abombados le conferían un aspecto de puñetero huérfano. Big Jim le hizo un gesto con la mano. El chico corrió hacia él. Big Jim sacó el bolígrafo del bolsillo (que tenía la siguiente inscripción con letras doradas: CON BIG JIM TODO IRÁ SOBRE RUEDAS) y escribió una respuesta de tres palabras: «Medianoche. Mi casa». La dobló y se la entregó al chico.
– Llévasela. Y no la leas.
– ¡No lo haré! ¡De ninguna de las maneras! Que Dios lo bendiga, señor Rennie.
– A ti también, hijo. -Y vio cómo el chico se iba corriendo a toda prisa.
– ¿Qué decía? -preguntó Andy. Y antes de que Big Jim pudiera responder añadió-: ¿El laboratorio? ¿Es por el cristal…?
– Cierra el pico.
Andy retrocedió un paso, estupefacto. Big Jim nunca le había mandado callar. Eso no podía ser bueno.
– Cada cosa a su tiempo -dijo Big Jim, que se dirigió hacia el siguiente problema.
3
El primer pensamiento que se le pasó por la cabeza a Barbie al ver que Rennie se dirigía hacia ellos fue
– Brenda -dijo-. Mi más sincero pésame. Me habría gustado pasar a verte antes… y asistiré al funeral, por supuesto… pero he estado un poco ocupado. Como todos.
– Lo entiendo -respondió ella.
– Echamos de menos a Duke -dijo Big Jim.
– Es cierto -terció Andy, que apareció detrás de Big Jim: un remolcador tras la estela de un transoceánico-. Lo echamos mucho de menos.
– Muchas gracias a ambos.
– Y si bien me gustaría seguir hablando de tus preocupaciones… ya que es evidente que debes de tener varias… -la sonrisa de Big Jim se hizo más amplia, aunque no de un modo escandaloso-, tenemos una reunión muy importante. Andrea, me pregunto si te importaría adelantarte y preparar el material.
Aunque contaba ya casi cincuenta años, en ese momento Andrea parecía una niña a la que habían pillado robando pasteles de la repisa de una ventana. Empezó a ponerse en pie (se estremeció al notar una punzada en la espalda), pero Brenda la agarró del brazo, y con firmeza. Andrea se sentó de nuevo.
Barbie se dio cuenta de que Grinnell y Sanders estaban muertos de miedo. No era la Cúpula, por lo menos no en ese instante; era Rennie. Y pensó de nuevo:
– Creo que es mejor que nos dediques un poco de tiempo, James -dijo Brenda en un tono agradable-. Estoy segura de que entenderás que si esto no fuera importante, yo estaría en casa llorando la pérdida de mi marido.
Big Jim, algo raro en él, no supo qué decir. La gente de la calle que había estado observando la puesta de sol, seguía ahora atentamente esta reunión improvisada. Y tal vez concedían a Barbara una importancia que no merecía por el mero hecho de estar sentado cerca de la tercera concejala del pueblo y de la viuda del difunto jefe de policía. Los tres se estaban pasando un papel como si fuera una carta del Papa de Roma. ¿De quién había sido idea esa ostentación pública? De la mujer de Perkins, por supuesto. Andrea no era lo bastante inteligente. Y carecía del valor para contrariarlo de aquel modo en público.
– Bueno, tal vez podamos dedicarte unos minutos. ¿Eh, Andy?
– Claro -respondió Andy-. Siempre tenemos unos minutos para usted, señora Perkins. Siento mucho lo de Duke.
– Y yo siento lo de tu mujer -respondió ella con solemnidad.