Читаем La música del Adiós полностью

Estaban sentados a una mesa grande de un rincón en un pub de Rose Street. El lugar comenzaba a cargarse de ruido: el Celtic estaba a punto de lanzar un penalti contra el Manchester United en la Liga de Campeones y el enorme televisor era el foco de atención de casi todos los clientes. Rebus cerró el periódico y se lo entregó con un pase a Goodyear, que estaba sentado frente a él, y, pensando en que se había perdido lo último del informe de Phyllida Hawes, le hizo repetir lo que había dicho Anderson: «Si no va a tener secuelas».

– Yo le daré a él «secuelas» -farfulló-. Y no podrá decir que no le avisé.

– De momento, no hay más que un testigo de la misteriosa mujer -dijo Colin Tibbet que, al ver que Goodyear se había quitado la corbata, hacía ahora lo propio.

– Eso no quiere decir que no exista -replicó Clarke-. Aunque no sea cómplice, podría haber visto algo. En un poema de Todorov hay un verso que habla de apartar la vista para no testificar.

– ¿Y qué se supone que significa? -preguntó Rebus.

– Que podría estar mintiendo por algún motivo. A la gente no le gusta verse implicada.

– A veces tienen sobrados motivos para ello -comentó Hawes.

– ¿Sigue en pie la hipótesis de que Nancy Sievewright oculta algo? -planteó Clarke.

– Esa amiga suya nos contó un cuento -dijo Tibbet.

– Entonces habría que revisar su declaración.

– ¿Han revelado algo más las cintas? -preguntó Hawes. Clarke negó con la cabeza y miró a Goodyear.

– Sólo que al difunto le gustaba escuchar las conversaciones de la gente -dijo-, aunque tuviera que seguirla por la calle.

– Un tipo algo chalado, ¿no?

– No deja de ser cierto -comentó Clarke.

– ¡Por Dios bendito, hay un trasfondo que no tenéis en cuenta: el último sitio en que estuvo Todorov antes de morir… una copa con Big Ger Cafferty y esos rusos a pocos metros! -exclamó Rebus pasándose una mano por la frente.

– ¿Puedo pedir una cosa?

Rebus miró a Goodyear.

– ¿Qué quieres pedir, joven Todd?

– Que no se pronuncie el nombre de Dios en vano.

– ¿Me tomas el pelo?

Goodyear negó con la cabeza.

– Lo consideraría un gran favor.

– ¿A qué iglesia vas, Todd? -preguntó Tibbet.

– A St. Fothad de Saughtonhall.

– ¿Vives allí?

– Me crié allí -replicó Goodyear.

– Yo iba a la iglesia -añadió Tibbet-, pero dejé de hacerlo a los catorce años. Mi madre murió de cáncer y lo consideré una tontería.

– Dios es la única fuente de salud por mucho que la quebrantemos -recitó Goodyear sonriendo-. Es de un poema; no de Todorov, pero para mí tiene sentido.

– Rayos y centellas -dijo Rebus-. Poemas y citas de la Iglesia de Escocia. No he venido al pub a oír sermones.

– No es el único -dijo Goodyear-. Muchos escoceses tratan de ocultar su ingenio porque aquí no se confía en la gente ingeniosa.

Tibbet asintió con la cabeza.

– Se supone que somos la prole de Jock Tamson.

– Y no se consiente que haya nadie distinto -apostilló Goodyear asintiendo igualmente con la cabeza hacia él.

– ¿Ves lo que vas a perderte con la jubilación? -dijo Clarke mirando a Rebus-. El debate intelectual.

– Menos mal que me jubilo a tiempo -dijo él poniéndose en pie-. Disculpen ustedes, lumbreras, tengo una clase con el profesor Nicotina.

Pasaba mucha gente por Rose Street: unas chicas de parranda, vestidas todas con una camiseta con la misma leyenda «Cuatro bodas y una juerga», le lanzaron besos al pasar a su lado, pero a continuación les bloquearon el camino una pandilla de chicos que venía en dirección contraria; una despedida de soltero, al parecer, con el novio pringado de crema de afeitar, huevos y harina. Pasaban oficinistas camino de casa después de tomarse dos copas, familias de turistas de actitud indecisa ante aquellos dos grupos de solteros de uno y otro sexo, y gente que se apresuraba para ver el partido.

Se abrió la puerta a espaldas de Rebus y salió Todd Goodyear.

– Creí que no fumabas-dijo él.

– Me voy a casa -dijo Goodyear acabando de embutirse la chaqueta-. He dejado dinero en la mesa para la próxima ronda.

– Tienes un compromiso, ¿no?

– La novia.

– ¿Cómo se llama?

Goodyear se mostró dubitativo, pero no encontró una excusa válida para no decirle su nombre a Rebus.

– Sonia -dijo-. Trabaja en la Científica.

– ¿Era ella la que fue con el equipo del miércoles?

Goodyear asintió con la cabeza.

– Es una rubia, baja, de veintitantos años.

– No me fijé -dijo Rebus. Goodyear sintió tentaciones de tomárselo como un agravio, pero cambió de idea.

– Usted también iba a la iglesia, ¿verdad?

– ¿Quién te dijo eso?

– Es un comentario que oí.

– Es preferible no dar crédito a rumores.

– De todos modos, me da la impresión de que es verdad.

– Es posible -replicó Rebus exhalando el humo-. Hace años probé unas cuantas iglesias pero no encontré respuestas.

Goodyear asintió despacio con la cabeza.

– Lo que comentó Colin dice mucho sobre las experiencias de la gente, ¿no es cierto? Muere un ser querido y se lo reprochamos a Dios. ¿Es eso lo que sucedió con usted?

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