Читаем La música del Adiós полностью

– A mí no me sucedió nada -replicó Rebus imperturbable, mirando cómo las jóvenes se alejaban camino de otro pub. Los chicos miraban también y un par de ellos hablaban de seguirlas.

– Perdone… mi intromisión -se disculpó Goodyear.

– No hay de qué.

– ¿Va a echar de menos el trabajo?

Rebus puso los ojos en blanco.

– Ya estamos -dijo en tono de fastidio mirando al cielo-. Yo lo único que quiero es fumarme tranquilo un pitillo y ahora me sometes a interrogatorio.

– Bueno, será mejor que me vaya -dijo Goodyear a guisa de disculpa, sonriendo.

– Un momento.

– Diga.

Rebus examinó la punta del cigarrillo.

– Cafferty en el cuarto de interrogatorios… ¿era la primera vez que le veías? -Goodyear asintió con la cabeza-. Él conoció a tu hermano y a tu abuelo; por cierto -Rebus miró a un extremo y otro de la calle-, el pub de tu abuelo estaba una manzana más allá, ¿no? Pero del nombre no me acuerdo…

– Breezer’s.

Rebus asintió despacio con la cabeza.

– En el juicio, yo subí al estrado a testificar.

– No lo sabía.

– Lo detuvimos tres, pero fui yo quien dio testimonio.

– ¿Se ha encontrado alguna vez en la misma situación con Cafferty?

– Estuvo dos veces en la cárcel -contestó Rebus escupiendo en el suelo-. Shiv me ha dicho que tu hermano tuvo una pelea. ¿Se encuentra bien ya?

– Eso creo -respondió Goodyear inquieto-. Bueno, me marcho.

– Muy bien. Hasta mañana.

– Bien, buenas noches.

– Buenas noches -repitió Rebus viéndole alejarse.

No parecía mal chico, y era un policía bastante aceptable. Tal vez Shiv lograra hacer algo de él… Recordaba muy bien a Harry Goodyear. Su pub era famoso; allí se traficaba con speed, coca y algo de hachís, y el propio Harry trapicheaba y tenía constantes problemas. Él pensó por entonces cómo habría obtenido la licencia de apertura. Seguramente por algún soborno en el Ayuntamiento. Algún conocido comprado. Había una época en que el propio Cafferty tenía sobornados a varios concejales. Con ello jugaba con ventaja y hasta le salía barato. A él también intentó sobornarle, pero no iba a funcionar. Él ya había aprendido la lección.

– Yo no tengo la culpa de que el abuelo de Goodyear muriera en la cárcel.

Aplastó la colilla y se volvió hacia la puerta, pero se lo pensó mejor. ¿Qué le esperaba allí dentro? Otra copa en una mesa con jóvenes, Shiv, Phyl y Col, hablando del caso y lanzando ideas. ¿Y él qué podía realmente aportar? Sacó otro cigarrillo, lo encendió y echó a andar.

Dobló a la izquierda hacia Frederick Street y luego a la derecha en Princes Street. Desde abajo se veía el Castillo iluminado, con su silueta recortada contra el cielo nocturno. Ya estaban montando las máquinas de la feria en el parque de Princes Street y al pie del Mound, los puestos y las casetas del mercadillo. En vísperas de Navidad se llenaría de gente que acudiría a comprar. Le pareció oír música: quizás es que hacían pruebas en la pista de patinaje al aire libre. Grupos de niños se le cruzaban por la acera sin prestarle la menor atención. «¿Cuándo me convierto en el hombre invisible?», se preguntó. Miró su reflejo en un escaparate y vio un armatoste pesado. Pese a todo, aquellos críos pasaban por su lado como si no formara parte de su mundo.

«¿Sentirán esto los fantasmas?», pensó.

Cruzó en el semáforo y abrió la puerta del hotel Caledonian. Había bastante gente, sonaba música de jazz y Freddie estaba ocupado con la coctelera. Una camarera aguardaba para llevar la bandeja con bebidas a una mesa en la que todo eran risas, ocupada por gente con aspecto pudiente y tranquilo; algunos hablaban por el móvil como si lo hicieran con quien tenían a su lado. Rebus sintió una punzada de irritación al ver que su taburete estaba ocupado. En realidad, lo estaban todos. Aguardó a que el camarero terminara de servir. La camarera se dirigió a la mesa balanceando la bandeja y Freddie le vio. Por el ceño que puso, Rebus comprendió que la situación había cambiado. La barra estaba ocupada y el camarero no estaba dispuesto a hablar.

– Lo de siempre, por favor -dijo de todos modos, y añadió-: No exagerabas con lo del segundo turno.

Esta vez, cuando le puso el whisky delante, iba acompañado de la nota. Rebus sonrió para darle a entender que lo aceptaba. Echó unas gotas de agua en el vaso y lo agitó, oliendo el contenido y mirando el local.

– Se han marchado, si es lo que está pensando -dijo Freddie.

– ¿Quiénes?

– Los rusos. Se fueron esta tarde; de vuelta a Moscú, por lo visto.

Rebus hizo un esfuerzo por no mostrarse defraudado por la noticia.

– Lo que estaba pensando es si has averiguado ese nombre -dijo.

El camarero asintió despacio con la cabeza.

– Iba a llamarle mañana.

Llegó la camarera con otra comanda y él se dispuso a servirla. Dos buenas copas de vino tinto y una copa del champán de la casa. Rebus se puso a escuchar lo que hablaban dos a su lado; eran hombres de negocios con acento irlandés que no apartaban la vista del televisor que emitía sin sonido. Les había fallado un negocio y ahogaban sus penas.

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