– Le paso a mi ayudante -dijo al teléfono-, para que concierten una entrevista.
Harmison se acercó casi corriendo a la mesa y cogió la agenda. Clarke comprendió que le había motivado lo de «
– Gracias por el consejo -dijo.
– Hazel me ha mencionado lo de ese Festival Político.
Grimm puso los ojos en blanco.
– Es una pesadilla. El autor del proyecto no tenía ni idea de lo que quería y se pasa el tiempo entre Ginebra, Nueva York y Madrid… Nos envía correos electrónicos o faxes diciendo que grabemos sonido de algún debate, pero que sea acalorado. Hemos grabado todas las reuniones de un comité, algunas visitas guiadas, entrevistas a los turistas… Él no nos indica nada concreto y después nos dice que no hemos hecho lo que quería. Afortunadamente, conservamos todos sus e-mails.
– Y, naturalmente, Charlie grabaría cualquier reunión o llamada telefónica.
– ¿Cómo lo sabe?
– Me lo ha dicho Hazel.
– Bueno, a nuestro artista no le encantó. Sí, ya sé que a nadie le gusta que le graben a escondidas…
– Es de suponer -comentó Clarke despacio.
– A él le pareció cosa de paranoia.
– Debe de ser un proyecto importante.
– Lo tenemos casi terminado. He montado dos horas de sonido de fondo y parece que a él le gusta. Planea utilizarlo para una instalación de vídeo en el edificio del Parlamento -añadió Grimm, encogiéndose de hombros como resumiendo su opinión sobre los «
– ¿Cuál es su nombre?
– Roddy Denholm.
– ¿Y no vive en Escocia?
– Tiene un piso en la Ciudad Nueva, pero nunca está aquí.
Sonó el intercomunicador, señalándoles el regreso de Goodyear con los rollos de cinta y las grabaciones digitales.
– ¿Qué cree que podemos encontrar? -preguntó Grimm mirando las bolsas de plástico que Goodyear dejó en el suelo.
– La verdad es que no lo sé -contestó Clarke. Hazel Harmison terminó de concertar la cita, miró con morbosa fascinación las bolsas y volvió a cruzar los brazos inútilmente.
– ¿Has concertado la cita para hoy o para mañana? -preguntó Grimm para sacarla de su ensimismamiento.
– Para mañana a mediodía.
– Esa grabación que han estado haciendo en el Parlamento… -dijo Clarke a Grimm-, dice que recogieron los debates de un comité ¿Puede decirme cuál?
– El de rehabilitación urbana -contestó él-. No es precisamente un pozo de interés, créame.
– Le creo -replicó Clarke, pensando que no dejaba de ser interesante-. ¿Era usted quien en realidad hacía las grabaciones y no el señor Riordan?
– Grabábamos los dos.
– Ese comité lo preside Megan MacFarlane, ¿verdad?
– ¿Cómo lo sabe?
– Digamos que me interesa la política. ¿Podría escuchar esas grabaciones?
– ¿Del comité de rehabilitación urbana? -replicó Grimm perplejo-. Sargento, eso, más que «
– ¿El qué? -preguntó Clarke entrando al trapo.
– Masoquismo -respondió Grimm, volviéndose hacia la mesa mezcladora.
– ¿Gill Morgan? -preguntó Rebus por el intercomunicador.
Estaba ante la puerta de una casa de Great Stuart Street. Pasaban coches hacia Queen Street y George Street retumbando sobre las bandas sonoras porque no había acabado la hora punta matinal, y Rebus tuvo que inclinarse y arrimar el oído al altavoz para saber si contestaban.
– ¿Quién es? -preguntó una voz con sueño.
– Perdone si la he despertado -dijo Rebus, fingiendo disculparse-. Soy policía y quería hacerle unas preguntas de seguimiento sobre la señorita Sievewright.
– No me cuente chistes -dijo la voz somnolienta e irritada.
– Aguarde a escuchar el mejor.
Pero su interlocutora no debió de oírlo por el traqueteo de un camión sobre las bandas sonoras. Rebus, en vez de repetirlo, le dijo que abriera.
– Tengo que vestirme.
Repitió la petición y sonó el zumbador de apertura. Rebus empujó la puerta, entró en el portal y subió dos plantas. La puerta estaba ya abierta de par en par, pero él, de todos modos, llamó con los nudillos.
– ¡Espere en el cuarto de estar! -voceó ella, probablemente desde el dormitorio.
Rebus vio el cuarto de estar. Estaba al fondo del amplio vestíbulo, y era lo que suele llamarse «