No se percató de que había alzado el tono de voz, pero con la última palabra notó un eco en la habitación.
– Gill, ¿cree que eso le gustaría a su padrastro? -prosiguió bajando la voz-. ¿Cree que a su madre le gustaría?
Gill Morgan bajó la cabeza y se miró la palma de las manos.
– No -respondió en voz baja.
– No -repitió Rebus-. Bien, dígame, si le preguntase ahora dónde vive Nancy, ¿sabría decírmelo?
Sobre el regazo de la joven cayó una lágrima, y se restregó los ojos con el pulgar y el índice para contener el llanto.
– Vive en Cowgate.
– A mí me parece -replicó Rebus-, que no la conoce muy bien. Por tanto, si las dos no son lo que se dice amigas del alma, ¿por qué la encubre?
Morgan dijo algo que Rebus no entendió y éste le pidió que lo repitiera. Ella le miró a la cara y lo dijo despacio y claro:
– Compraba drogas para mí. Para nosotras, mejor dicho. Para ella y para mí. Sólo un poco de hachís, nada susceptible de hundir la civilización.
– ¿Se hicieron amigas por eso?
– Bueno, en parte. Sí, tal vez por eso -espetó viendo que era inútil mentir.
– En la fiesta en que la conoció, ¿ella llevaba droga?
– Sí.
– ¿Para compartir o para vender?
– Inspector, no estamos hablando del cártel de Medellín…
– ¿Cocaína también? -dedujo Rebus al oírlo, y Morgan advirtió que se había ido de la lengua-. Y usted tenía que encubrirla porque si no, ella, maldita la gracia, iba a delatarla.
– ¿Ese era el otro chiste?
– Creí que no lo había oído.
– Sí que lo oí.
– Bien, ¿entonces, Nancy Sievewright no estuvo aquí aquella noche?
– Tenía que haber venido a medianoche con mi parte. Me fastidiaba la hora porque me obligaba a volver apresuradamente a casa.
– ¿Desde dónde?
– Yo estaba ayudando a uno de mis profesores de interpretación, que hace pluriempleo en uno de esos tours nocturnos de Edimburgo.
– ¿Se refiere a uno de esos recorridos de los horrores?
– Ya sé que son absurdos, pero gustan a los turistas y son muy divertidos.
– ¿Y usted hace un papel de esos en que aparece de pronto en la oscuridad y grita «¡
– En realidad, interpreto varios -respondió ella como ofendida por sus comentarios facilones-. Y entre una actuación y otra tengo que correr a más no poder de un sitio para otro y cambiarme de atuendo por el camino.
Rebus recordó que Gary Walsh había comentado algo sobre aquellos recorridos.
– ¿Dónde hacen las representaciones? -preguntó.
– Entre St. Giles y Canongate. Todas las noches realizamos la misma ruta.
– ¿Discurre alguna por King’s Stables Road?
– No.
Rebus asintió pensativo con la cabeza.
– ¿Y en qué consiste exactamente su actuación? -preguntó.
– ¿A qué viene ese interés? -replicó ella riendo sorprendida.
– Vamos, dígamelo.
Morgan frunció los labios.
– Bueno -dijo al fin-, yo soy el doctor Peste. Llevo una máscara parecida a un pico de halcón, y se supone que el doctor lo llena de flores secas aromáticas para protegerse del mal olor de los enfermos.
– Precioso.
– Y luego, hago de fantasma… y a veces, también del Monje Loco.
– ¿El Monje Loco? Buen reto para una mujer, ¿no?
– Sólo tengo que emitir gemidos y gruñidos.
– Sí, pero verán que no es un tío.
– La capucha me tapa prácticamente la cara -respondió ella, sonriendo otra vez.
– ¿La capucha? -repitió Rebus-. Me gustaría verla.
– Los disfraces se quedan en la empresa, inspector. De ese modo, si algún actor se pone enfermo avisan a un suplente.
Rebus asintió con la cabeza, como satisfecho con la explicación.
– ¿Y Nancy ha acudido alguna vez a ver su actuación?
– Hace dos semanas.
– Se lo pasaría bien, ¿no?
– Eso me pareció -respondió ella con una risita-. ¿Me está tendiendo una encerrona? No entiendo qué tiene que ver esto con su investigación.
– Nada, probablemente -dijo Rebus. Morgan se puso pensativa.
– Va a hablar con Nancy, ¿verdad? Y se enterará de lo que le he dicho.
– Me temo que tendrá que buscarse otro proveedor, señorita Morgan. Pero no se preocupe, hay muchos -dijo Rebus levantándose. Ella se puso también de pie. De puntillas, aún no le llegaba a la barbilla.
– ¿Tiene que…? -dijo tragando saliva, incapaz de acabar la frase. Pero decidió hacerlo-: ¿Tiene que enterarse mi madre de todo esto?
– Bueno, depende -contestó Rebus, tras un instante de fingida reflexión-. Capturamos al asesino… se celebra el juicio… se repasan los hechos minuto a minuto… La defensa querrá sembrar la duda en el jurado y eso significa presentar a los testigos que parezcan menos dignos de crédito. Demuestran que la declaración de Nancy es una sarta de mentiras y a partir de ahí todo huele mal… -añadió bajando la vista para mirarla a la cara-. Eso en el peor de los casos. Pero tal vez no ocurra así.
– Que es una manera de decir que tal vez ocurra.
– Debería haber dicho la verdad desde el principio, Gill. Mentir está muy bien para una actriz, pero en la vida real eso se llama perjurio.
Capítulo 22
– Vamos a ver si lo entiendo todo -dijo Siobhan Clarke.