A Alan se le cayó la carta al suelo cuando cogió el libro. Estaba tan deteriorado como el ejemplar de la «Teoría de Cavour» que compró en York. Parecía que un soplo bastaría para convertirlo en polvo.
Impaciente, el joven abrió el libro. Las tres primeras páginas estaban en blanco. La cuarta página del manuscrito, pues manuscrito era, estaba encabezada como sigue:
DIARIO DE JAMES HUDSON CAVOUR
Volumen 16
Del 8 de enero al 11 de octubre de 2570
Capítulo XVII
El Diario de Cavour era un documento curioso y fascinador. Alan no se cansaba de leerlo. Con la imaginación intentaba ver la imagen del denodado y estrafalario fanático que tan desesperados esfuerzos había hecho por acercar los astros a la Tierra.
Como muchos solitarios amargados, Cavour había sido entusiasta diarista. En su Diario relataba los sucesos de su vida cotidiana: las digestiones buenas o malas que hacía, el estado del tiempo, las ideas raras que se le ocurrían o los pensamientos descarriados que tenía, lo que contemplándola como observador veía en la Humanidad en general. Pero lo que más interesaba a Alan era lo que escribía sobre las investigaciones y experimentos para resolver el problema de la hiperpropulsión, de la navegación espacial a mayor velocidad que la luz.
Cavour había trabajado años enteros en Londres, molestado por los periodistas y siendo objeto de la mofa de los científicos. A finales del año 2569 había presentido que se hallaba en el umbral del triunfo. El 8 de enero de 2570 escribió en su Diario:
«El terreno, la situación de la Siberia, es casi perfecto. Si no me ha costado el resto de los ahorros que yo tenía, poco le falta; pero el caso es que aquí tendré la soledad que tanto necesito. Calculo que dentro de seis meses más estará terminado el prototipo inventado por mí. Me llena de profunda amargura el verme forzado a trabajar en mi nave como un obrero cualquiera, cuando hubiera tenido que cesar la parte que a mí me corresponde tres años atrás al exponer yo mí teoría y trazar los planos de la nave. Pero así lo quiere el mundo, y así habrá de ser.»
El 8 de mayo del mismo año:
«Hoy ha venido un visitante, sin duda periodista. Lo he despedido antes de que pudiese distraerme de mi trabajo, pero mucho me temo que él, y otros más, volverán. Ni en esta yerma tundra siberiana me dejan en paz. La obra va saliendo bien, aunque con alguna lentitud. Me daré por satisfecho si la nave queda terminada antes de fin de año,»
El 17 de agosto:
«Los aeroplanos dan vueltas sobre mi laboratorio, y hasta puedo decir que lo cercan. Sospecho que me espían. La nave está a punto de ser acabada. Estará en condiciones de navegar por el sistema de propulsión de Lexman uno de estos días; pero el montaje tardará algunos meses en hacerse.»
El 20 de septiembre:
«Los entremetidos se están haciendo intolerables. Cinco días seguidos hace que un periodista norteamericano intenta que le conceda una entrevista. Al parecer, mi laboratorio siberiano
Y el 11 de octubre de 2570: