Esta mañana el efecto sedante de la oxitocina brilló por su ausencia y casi me entra un ataque de nervios. Y esto me pasa por soberbia. Cuando vino a casa Elena, la vecina, a traer el saco de ropa que has heredado de Anita, estuvo hojeando el libro
En fin, que allí me quedé, tirada en la cama, hundida en la más negra ciénaga de autocompasión, hasta que recurrí a un libro que me leí como unas cinco veces mientras estaba embarazada y en el que busqué los síntomas que se supone describen la depresión posparto y que, siempre según la señora autora, son:
– Estoy siempre irritable.
– No puedo dormir.
– Me cuesta pensar.
– Estoy siempre nerviosa.
– Tengo náuseas.
– Me siento culpable.
– Me siento fea.
– Mi vida es un fracaso.
– Ya no me interesa el sexo.
– Lloro a la mínima.
– Todo me preocupa.
– No puedo dejar de comer.
– Estoy siempre cansada.
– Todo me da miedo.
– Me siento sola.
– Me siento avergonzada.
– No siento nada.
(Aprovechando que parecías haberte quedado dormida te he dejado en tu cuco y me he levantado a desayunar -es la una y diez y no he podido hacerlo hasta ahora porque no he sabido cómo desenvolverme contigo en brazos- y a hacer la comida. A los diez minutos te has puesto a chillar histérica porque, no sé cómo, ni merced a qué extraño radar interno, te has dado cuenta de que me he ido y no te has callado hasta que me has visto llegar para cogerte en brazos, bicho chantajista.)
La verdad es que los síntomas que describen la depresión posparto me los podía haber aplicado a la depresión preparto, pues más o menos durante todo el embarazo me sentí fea, gorda, confusa, asustada, nerviosa, sola, fracasada, llorosa, mareada, irritable, cansada, avergonzada… Eso sí, no se aplica el «me cuesta dormir» porque a mí no me costaba lo más mínimo, es más, no deseaba otra cosa que dormir, soñar acaso, que diría Hamlet, y me quedaba traspuesta a la mínima, en cualquier parte, en el tren, en el autobús, en salas de espera de aeropuertos, frente a la tele o en mitad de la lectura de un libro que acababa por caérseme de las manos.
Yendo más lejos, podría incluso decirte que los síntomas antes expuestos describirían cómo me he sentido durante prácticamente toda mi vida: fea, gorda, confusa, asustada, nerviosa, sola, fracasada, llorosa, irritable, cansada, avergonzada… eso sin estar embarazada ni recién parida.