Y es que la otra que llevaba dentro de mí no dejaba de darme la brasa todo el día: «¿Por qué no comes, Eva? Para adelgazar. Pero, ¿para qué adelgazas, Eva? Coño, aquí me has pillado. ¿Para qué adelgazo? ¿Para estar guapa? No, porque con el complejazo de tetona que tengo nunca me voy a sentir guapa. ¿Para gustarme un poco más? No, porque me odio de cualquier manera. ¿Para gustar a los demás? No, porque no les voy a gustar de ninguna manera. No sé para qué quiero adelgazar. Entonces, ¿quieres adelgazar, Eva? Creo que no quiero adelgazar, simplemente quiero no comer. ¿Quieres morirte, Eva? A veces. ¿Ahora te quieres morir? Ahora no, porque estoy escribiendo. ¿Cuando dejes de escribir querrás morirte? Puede que sí. ¿Hasta dónde quieres llegar, Eva? No lo sé. ¿Quieres desaparecer? Sólo a veces. ¿Crees que estas preguntas que te hago te sirven de algo? Lo cierto es que no. ¿Entonces por qué me prestas atención, por qué sencillamente no cierras los ojos, piensas en otra cosa y me haces desaparecer? Porque no puedo controlar esa parte de mí que me habla, me interroga, me juzga… O sea, porque no puedo controlarte a ti. ¿Quieres que desaparezca? No, porque me dejarías sola. ¿Crees que un psiquiatra te puede ayudar? No o al menos no podría si yo no pongo de mi parte. Perfecto, entonces, ¿estás dispuesta a poner de tu parte, Eva? No.»
Y así la otra que llevo dentro, porque siendo una soy también dos, me machacaba y me machaca, y no tiene pues nada de extraño que entonces y ahora me sintiera como me siento: fea, gorda, confusa, asustada, nerviosa, sola, fracasada, llorosa, irritable, cansada, avergonzada. ¿Por qué? Porque me lo merezco. Porque yo lo valgo. Porque hoy es hoy.
¿Es esto una depresión posparto?
Copio del libro: «La depresión posparto afecta entre el cincuenta y el ochenta por ciento de las mujeres en el primer mundo y repercute en un tremendo síndrome de abstinencia pues, después de que nazca el bebé, se produce un drástico descenso hormonal. Los niveles de estrógeno en sangre, que se habían elevado hasta el mil por ciento durante el embarazo, caen, un día después del alumbramiento, hasta los niveles normales.»
Y el efecto de un cambio tan radical (esto te lo explico yo, que el libro no lo dice) es el mismo que el de un síndrome premenstrual, pero multiplicado por un millar. Por otra parte, la placenta ha estado durante nueve meses estimulando la producción de endorfinas, que son opiáceos naturales, es decir, Prozac de lujo no imitable en laboratorio. Así se explica por qué tantas toxicómanas pueden dejar de tomar drogas durante el embarazo sin esfuerzo aparente (fenómeno de cuya existencia me enteré cuando entrevisté a las chicas de
Según esto, la depresión posparto no es otra cosa que un mono de endorfinas y de estrógenos agravado por factores como la falta de sueño, el cambio hormonal, el aislamiento, el cansancio y el lógico temor ante el cambio de vida radical que se avecina, y en base a esto, los hechos acaecidos y el exterior circundante nada tienen que ver con la tristeza.
Conclusión (aplicable a todo el género humano): la tristeza es una sensación antes que una reacción. Lo razonable nada tiene que ver con lo sensible.