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La colisión tumbó el último mástil improvisado de nuestro enemigo y las dos embarcaciones se separaron de nuevo. Entramos a trompicones y gritamos y maldijimos, tambaleándonos sobre la cubierta del galeón enemigo, mientras nuestro navío se dejaba vencer por el mar, pero no encontramos hombres contra los que combatir. Solo muertos y heridos agonizantes. No encontramos pólvora ni armas, solo el agua que nos atrapaba y el fuego que quemaba la embarcación. Solo había madera carbonizada y restos de bajel.

Resignados y exhaustos, nos reunimos en la borda astillada. Bajo la luz tenue y tintineante de las hogueras, dirigimos la mirada a nuestro barco, sobre una porción de océano manchada y sangrienta.

Sus mástiles ardían entre las llamas, sus velas se habían transformado en humo. Su reflejo se quemaba sobre las aguas que nos separaban. Era como un fantasma lívido e invertido.

A través del humo, vimos que, desde nuestro barco, nuestros enemigos nos observaban en silencio.


Mi apartamento está en una zona alta de esta sección del puente, cercano a la cumbre y a uno de los ángulos del hexágono formado por este sector. Es como si mereciera ubicación tan privilegiada, puesto que soy uno de los pacientes estrella del doctor Joyce. Las habitaciones del apartamento son amplias, con techos altos, y las paredes del lado del mar son vigas de cristal del propio puente. A través de ellas, puedo ver a unos trescientos metros, siempre que la panorámica no quede oscurecida por las nubes grises que suelen envolver el puente desde el mismo cielo.

Las habitaciones de mi apartamento estaban prácticamente vacías cuando llegué del hospital. Ahora están mucho mejor, después de haberlas decorado con varios muebles y una modesta, pero cuidadosamente elegida, colección de pequeños cuadros, figuras y esculturas. Casi todas las pinturas exhiben detalles del puente o vistas del mar. También hay algunas de yates y botes pesqueros. En cuanto a las esculturas, la mayor parte son figuras de trabajadores del puente inmortalizados en bronce.

Acaba de empezar el día y me estoy aseando y vistiendo. Esto último lo hago pausadamente, en fases mesuradas. Tengo un armario generoso, me dieron mucha ropa buena, para causar buena impresión. Después de todo, las prendas hablan un idioma: no dicen demasiado de uno, pero son lo que ellas mismas quieren decir.

Los trabajadores del puente de menor categoría, naturalmente, deben llevar uniforme, y no tienen que preocuparse por qué ponerse cada mañana. Eso es lo único que les envidio, aunque ellos aceptan su parcela en la vida y su posición en la sociedad con una sumisión que me parece sorprendente a la par que decepcionante. Yo no me conformaría con trabajar en una estación depuradora o en una mina de carbón durante toda la vida, pero esta gente encaja en la estructura, como pequeños remaches felices que aceptan su colocación con la adhesión y la cohesión de las capas de pintura.

Me peino. Mi cabello es abundante, de color negro intenso, y tiene las suficientes ondas como para darle cuerpo y volumen. Elijo una corbata y un reloj de bolsillo esmaltado a juego. Admiro mi porte aristocrático durante un momento y compruebo que los puños de la camisa están alineados, el chaleco centrado, el cuello recto…

Ya estoy listo para desayunar. Hay que hacer la cama y lavar o guardar la ropa de ayer, pero la clínica, haciendo gala de una gran consideración, manda a gente para hacer ese tipo de cosas. Mientras me dirijo a escoger un sombrero, me detengo en seco.

El televisor se ha encendido solo. Empieza a emitir un siseo de nuevo. De entrada, cuando voy hacia la sala de estar, creo que estoy confundido, que el sonido debe de ser algún escape en alguna tubería de agua o gas. Pero no. La pantalla empotrada en la pared está encendida, y muestra la misma imagen de anoche: el hombre postrado en la cama, inmóvil y callado, en blanco y negro. Aprieto el botón del aparato y la imagen desaparece. Lo vuelvo a apretar y el enfermo regresa, y el mando a distancia parece no funcionar, porque intento cambiar de canal y no puedo. Pero ahora la luz es distinta. Parece que hay una ventana en la pared más alejada de la cama, más allá de las máquinas que rodean al paciente. Estudio la estampa con detenimiento, a ver si encuentro algo que pueda darme alguna pista. La imagen es demasiado granulosa como para poder leer los rótulos de las máquinas. Ni siquiera me es posible determinar el idioma utilizado en esa habitación de hospital. ¿Cómo ha podido encenderse solo el televisor? Lo apago y oigo un zumbido procedente de fuera.

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