Читаем En el primer cí­rculo полностью

Stepanov tenía muchas ideas fijas que le era imposible abandonar Por ejemplo, no podía imaginar una reunión que no terminara con la adopción de una estruendosa resolución, castigando a miembros individuales, y movilizando toda la colectividad para nuevas victorias de la producción. En especial, le agradaban este tipo de cosas en las reuniones "abiertas" del Partido donde aparecían todas las personas que no pertenecían al Partido, y donde se podía despedazarlas. No tenían derecho a votar ni a defenderse. Algunas veces, antes de votar, se oían voces indignadas u ofendidas:


—¿Qué es esto? ¿Una reunión o un tribunal?


—¡Por favor, camaradas, por favor! — Stepanov utilizaba en tales casos su autoridad para interrumpir a cualquier orador, hasta al presidente de la reunión. Llevándose de prisa una píldora a la boca con mano temblorosa (después de su contusión de guerra le dolía mucho la cabeza por cualquier tensión nerviosa,-y siempre— lo ponía nervioso el que atacaran la verdad) se adelantaba hasta la mitad del salón y se colocaba exactamente debajo de las luces, por lo que grandes gotas de traspiración brillaban en su cabeza calva—. ¿Qué es estor ¿Están, después de todo, contra la crítica y la autocrítica? — Y martillando el aire con su puño, como si estuviera clavando ideas en las cabezas de los oyentes, explicaba:— ¡La autocrítica es la primera fuerza motivadora de nuestra sociedad, el primer poder detrás de su progreso! Es tiempo de que entiendan que cuando criticamos a los miembros de nuestra colectividad no es para someterlos a juicio, sino para mantener a cada trabajador, en todo momento, en constante tensión creadora. ¡Y no puede haber dos opiniones en cuanto a esto, camarada! Por supuesto, no queremos cualquier tipo de crítica, eso es verdad. Necesitamos una crítica sistemática, una crítica que no impugne a nuestros líderes experimentados. No debemos confundir libertad de crítica con una libertad anárquica de pequeños burgueses.


Entonces, se volvía a la garrafa de agua y tragaba otra píldora.


Siempre resultaba que toda la colectividad saludable votaba por la resolución en forma unánime, incluyendo aquellos miembros a quienes la resolución fustigaba y destruía con cargos de "una actitud de descuido criminal hacia el trabajo" o de "incumplimiento del plan, lindando en sabotaje"


Algunas veces sucedía que Stepanov, a quien le agradaban las resoluciones elaboradas, ampulosas, Stepanov, quien en la forma más oportuna conocía siempre de, antemano los discursos que se pronunciarían y el consenso final de la reunión, no lograba redactar la resolución íntegra antesde la reunión. Entonces, cuando el presidente declaraba:


—¡El camarada Stepanov tiene la palabra para fundar la resolución! Stepanov se enjugaba la traspiración de la frente y de la calva, y decía:


—¡Camaradas! He estado muy ocupado y, por lo tanto, no he podido descubrir por completo y con certeza, antes de proyectar la resolución, ciertas circunstancias, ciertos nombres y hechos.


sino:


—¡Camaradas! Hoy me han llamado a la administración y todavía no he preparado el borrador de la resolución. Luego en ambos casos:


—De manera que les pido que voten la resolución como un todo, y cuando tenga tiempo, mañana, completaré los detalles.


Y la colectividad de Mavrino resultaba tan saludable, que se levantaban todas las manos sin un murmullo, aun cuando nadie sabía (ni llegaría a saber), ni podía descubrir, quién sería denigrado ni quién exaltado en esa resolución.


La posición del nuevo organizador del Partido estaba muy reforzada por el hecho de que no se permitía a sí mismo la debilidad de intimar con nadie. Todo el mundo respetuosamente lo llamaba "Boris Sergeyich". Aceptando esto como algo que se le debía, a su vez tampoco se dirigía a nadie por el nombre de pila y patronímico. Hasta en la exaltación de la mesa de billar, cuyo tapete brillaba verde en la sala del Comité del Partido, exclamaba:


—¡ Saque la bola, Camarada Shikin...!


—¡Apártese, Camarada Klykachev!


En general, a Stepanov le desagradaba la gente que apelaba a sus sentimientos más nobles. Él mismo no apelaba a esos sentimientos en los otros. En consecuencia, tan pronto como sentía cualquier tipo de desagrado o resistencia a sus medidas, sin mucho hablar o intención de persuadir, tomaba una hoja grande y limpia de papel y escribía en grandes letras arriba: "Se propone que los Camaradas nombrados más abajo cumplan..." tal o cual cosa por esta persona o aquella y en tal fecha. Dividía el papel en un número de columnas: "Apellido", "Nombre", "Firma", notificándose de haber recibido el Aviso". Ordenaba a su secretaria que hiciera llegar la hoja a todos. Los camaradas designados la leían, desahogaban su amargura como les placía contra la indiferente hoja de papel, pero tenían que firmar. Habiendo firmado, no podían dejar de llevar a cabo los trabajos extra.


Stepanov era un secretario de Partido liberado también de dudas y de cualquier vagabundeo mental en la oscuridad.


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