La cena fue rápida, sencilla, aún más ligera que la comida, pero Raimundo Silva bebió dos tazas de café en vez de una, para defenderse del sueño que no tardaría en amenazarlo, vista la mal dormida noche anterior. Con ritmo seguro las páginas van cambiando de lugar, se suceden los episodios y los cuadros, ahora el historiador embanderó el estilo para tratar de la gran discordia que se levantó entre los cruzados, después de la arenga real, sobre si deberían, o no, ayudar a nuestros portugueses a tomar Lisboa, si se quedarían aquí o seguirían, como estaba previsto, hacia Tierra Santa, donde los estaba esperando Nuestro Señor Jesucristo, bajo los hierros turcos. Argumentaban aquellos a quienes seducía la idea de quedarse que lanzar fuera de la ciudad a estos moros y hacerla cristiana sería también servicio de Dios, contestaban los contrarios que, si ése era servicio de Dios, servicio menor sería, y que caballeros tan principales como allí todos se preciaban de ser, tenían por obligación acudir a donde más trabajosa fuese la obra, no en este culo del mundo, entre labrantines y tiñosos, que unos debían de ser los moros y otros los portugueses, pero no lo averiguó el historiador, tal vez porque no valiera la pena eligir entre los dos insultos. Gritaban los guerreros como posesos, Dios me perdone, violentos de palabras y de gestos, y los que defendían la idea de continuar viaje hacia los Santos Lugares afirmaban que muchos mayores lucros y provechos tendrían de la extorsión del dinero y mercadurías de las naos que en el mar encontrasen, tanto de España como de África, anacronismo de que sólo al historiador se deben pedir cuentas, hablar de naos en el siglo doce, que de la toma de esta ciudad de Lisboa, con menos peligro de vidas, que las murallas son altas y los moros muchos. Acertó Don Afonso Henriques de lleno cuando pronosticó que el examen de su propuesta acabaría en algazara, palabra que siendo árabe de nacionalidad igualmente sirve para cualquier gritar y vocear de renanos, flamencos, boloñeses, bretones, escoceses y normandos, mezclados. En fin, ya se acomodarán las contrarias partes al cabo de una disputa verbal prolongada durante todo este día de San Pedro, y a la mañana siguiente, que es el treinta de junio, irán los representantes de los cruzados, concordes ahora, a informar al rey de que sí señor lo auxiliarán en la conquista de Lisboa, a cambio de los haberes de los enemigos, que desde más allá de las murallas los observan, y otras facilidades directas e indirectas.