Dos minutos hace que Raimundo Silva mira, de un modo tan fijo que parece vago, la página donde se encuentran consignados estos inconmovibles hechos de la Historia, no por desconfiar de que en ella se oculte algún último error, cualquier pérfida errata que hubiera encontrado manera de esconderse en los repliegues de una subordinación tortuosa, y ahora, con artificios, lo provoque, a cubierto también de su cansada vista y del sueño general que lo invade y entorpece. Que lo invadía y entorpecía, serían los tiempos verbales exactos. Porque hace tres minutos que Raimundo Silva está tan despierto como si hubiese tomado una pastilla de benzedrina, de un resto que ahí tiene, tras los libros, lo que sobró de la receta de un médico idiota. Está como fascinado, lee, relee, vuelve a leer la misma línea, esta que cada vez rotundamente afirma que los cruzados auxiliarán a los portugueses a tomar Lisboa. Quiso el azar, o fue más bien la fatalidad, que estas unívocas palabras quedasen reunidas en una sola línea, presentándose así con la fuerza de una leyenda, son como un dístico, una inapelable sentencia, pero son también una provocación, como si estuviesen diciendo irónicamente, Haz de mí otra cosa, si eres capaz. La tensión llegó a un punto tal que Raimundo Silva, de repente, no pudo aguantar más, se levantó, empujando la silla hacia atrás, y camina ahora agitado de un lado a otro en el reducido espacio que las estanterías, el sillón y la mesa le dejan libre, dice y repite, Qué disparate, qué disparate, y como si precisara confirmar esta radical opinión, volvió a coger la hoja de papel, gracias a lo que podemos nosotros, ahora, que antes habíamos llegado a dudar, aseguramos de que no hay tal disparate, allí se dice muy explicadamente que los cruzados auxiliarán a los portugueses a tomar Lisboa, y la prueba de que así ocurrió la encontraríamos en las páginas siguientes, allí donde se describe el cerco, el asalto a las murallas, el combate en las calles y en las casas, la mortandad excesiva, el saqueo, Por favor, díganos usted dónde ve el disparate, ese error que se nos escapa, es natural, no nos beneficiamos de su gran experiencia, a veces miramos y no vemos, pero sabemos leer, creía, sí, tiene razón, no lo comprendemos siempre todo, ya se adivina por qué, la preparación técnica, claro, la preparación técnica, y también, confesémoslo, a veces nos da pereza ir al diccionario y ver los significados, cosa que no hace más que perjudicarnos. Es un disparate, insiste Raimundo Silva como si estuviera respondiéndonos, no haré tal cosa, y por qué iba a hacerla, un corrector es una persona seria en su trabajo, no juega, no es un prestidigitador, respeta lo que está establecido en gramáticas y prontuarios, se guía por las reglas y no las modifica, obedece a un código deontológico no escrito pero imperioso, es un conservador obligado por las conveniencias a esconder sus voluptuosidades, las dudas, si alguna vez las tiene, las guarda para sí, mucho menos pondrá un no donde el autor escribió un sí, este corrector no lo hará. Las palabras que el Dr. Jekyll acabó de decir intentan oponerse a otras que no llegamos a oír, ésas las dice Mr. Hyde, no será preciso mencionar estos dos nombres para darnos cuenta de que en esta vieja casa del barrio del Castillo asistimos una vez más a una lucha entre el campeón angélico y el campeón demoníaco, esos dos de que están compuestas y en que se dividen las criaturas, nos referimos a las humanas, sin excluir a los correctores. Pero esta batalla, desgraciadamente, va a ganarla Mr. Hyde, se nota en la manera como Raimundo Silva sonríe en este momento, con una expresión que no esperaríamos de él, de pura malignidad, han desaparecido de su rostro todos los rasgos del Dr. Jekyll, es evidente que acaba de tomar una decisión, y que fue mala, con mano firme sujeta el bolígrafo y añade una palabra a la página, una palabra que el historiador no escribió, que en nombre de la verdad histórica no podría haber escrito nunca, la palabra No, ahora lo que el libro dice es que los cruzados No auxiliarán a los portugueses a conquistar Lisboa, así está escrito y por tanto pasó a ser verdad, aunque diferente, lo que llamamos falso ha prevalecido sobre lo que llamamos verdadero, ocupó su lugar, alguien tendría que venir a contar la historia nueva, y cómo.